Soldado de fortuna

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V.I.P.
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Todo sucedió aburridamente en 30 metros, en las barbas de Loria, meta georgiano, con España al pie de la muralla y su ultraprecavido adversario tras ella, espesando hasta con seis defensas (los laterales duplicaron en muchas ocasiones la zona central y los exteriores devinieron en laterales) el campo de batalla, por ver si España se perdía en aquel puré. Y se perdió hasta ponerse en peligro. Un gol de Soldado a cinco minutos del final, abandonado el método y en plena invocación a la furia, decidió el duelo y evitó el gatillazo y que España afronte en desventaja el esperado cara a cara con Francia.

Fue un sucedáneo de balonmano jugado en medio campo y con el pie. Georgia no discutió nunca la soberanía del partido y procuró que no cupiese un alfiler por el centro. Eso dejó a España en muchas ocasiones al borde del pasivo, llevando el tráfico de un lado a otro sin asomarse al objetivo. Distraer por un lado y aparecer por el otro, esencia del juego del campeón, exige una velocidad en la circulación que no le dieron Xavi ni Xabi Alonso. Tampoco hubo amplitud, remedio muy recurrente en partidos de tan corto recorrido.

Iniesta no se arrancó casi nunca en esos ocho metros que no tienen respuesta ni defensa posible y Silva perdió la paciencia en la derecha hasta llegar al abandono. Soldado, el nueve elegido, presenció todo aquello con desesperación, sin opciones de intervenir. Y cuando Xavi le pintó la ocasión con la llave maestra, le pilló sin inspiración, casi distraído. Loria le ganó el mano a mano en el descuento de la primera mitad.

De aquel abrumador y poco provechoso dominio sacó España, antes del descanso, dos cabezazos sin tino, un zurdazo lejano de Silva al palo y un derechazo de Xavi, aún más lejano, que pilló atento a Loria. Jordi Alba le dio, sin exagerar, más vuelo al equipo que Arbeloa y hasta Sergio Ramos y Piqué aprovecharon su falta de trabajo principal para ver si en el otro área donde no llegaba la maña lo hacía la fuerza. Pero Georgia, siempre almacenada junto a su portero, le hizo perder a la Selección ese buen humor que pasea desde hace cuatro años. También el juego que fascina a los coleccionistas.

La charla de Del Bosque en el descanso no tuvo efecto inmediato. España siguió perdida en aquel laberinto y a punto estuvo de mandarla a tierra una bala perdida, un balón suelto que el central Amisulashvili mandó de izquierda al palo. Un hecho insólito, casi inexplicable en un partido tan unidireccional, pero que precipitó la entrada dos de los que aprietan de verdad a los intocables: Pedro por Busquets y Cazorla por Silva. Sal y pimienta para un duelo soso. España había jugado una hora con un mediocentro de más y le angustiaba el crono hasta el punto de hacerle perder el estilo.

El partido lo acabó a la tremenda, con Piqué de segundo nueve y Cesc de tercero. Fue una invocación a aquella furia obstinada que se llevó por delante el tiquitaca invencible. Y resultó. Pedro maniobró en el vértice del área hasta encontrar a Cesc, cuyo envío sencillo lo empalmó Soldado hacia la victoria. Y nos quedaron los tres puntos, la fiabilidad intacta (19 partidos de clasificación ganados consecutivamente), el convencimiento de que Maracaná está tan lejos como parece, la seguridad de que Del Bosque es infalible en los cambios y el susto en el cuerpo.

Fuente: AS
 
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