Las SEIS leyendas más terroríficas de Toledo

monacus

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1 La Dama de los ojos sin brillo.


El ambiente romántico y misterioso, frío, lúgubre, oscuro..., aporta mucho significado a otras Leyendas que tienen como escenario la Ciudad del Tajo. Es probable que esta leyenda sea copia o "refrito" de tantas otras similares que se narran por la geografía española, pero el escenario en el que se enclava la dota de una belleza y ambientación muy especial. La leyenda narra el baile que un joven realiza con una bella dama a la que acompaña posteriormente por las calles de Toledo, con un sorprendente final...

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2. El Callejón del Infierno.
Brujas, amores prohibidos, la noche toledana... Combinaciones malditas que casi siempre terminan en tragedia. El callejero toledano esconde topónimos que nos trasladan a un pasado más místico que el actual. Un pasado en el que se confiaba en la magia, en las pociones, en la brujería de diversa índole para atajar males de amores; dolencias o solventar por la vía rápida otro tipo de cuestiones más mundanas.Los viejos espiritus te acompañaran por tu trasiego toledano si lees esta leyenda.


Fría y dura noche toledana cuando se inicia el mes de las ánimas. En la oscuridad cerrada y cubierta, tan sólo iluminada por escasas lámparas y ténues luces que asoman por las pequeñas ventanas de los hogares, camina con brío el apuesto y joven galán Felipe de Pantoja. Pasa raudo cerca de la catedral descendiendo por angostas calles hacia el Tajo, que con sus oscuras aguas, reflejo de la noche que amenaza lluvia abraza como hace milenios la oscura pesadumbre...

En el paraje que le espera, de amplia y negra vegetación acierta a ver la silueta de la mujer con la que se ha citado, de bellos rasgos muy a pesar de su aspecto y edad. La "Diablesa" la llamaban, bruja toledana donde las haya, temida por muchos y odiada por tantos otros pero socorrida por aquellos, como en el caso de D. Felipe de Pantoja.

A ella se aproxima, no poco temeroso mientras es observado por los ojos que casi todo lo han visto. La mole de San Juan de los Reyes observa la oscura cita, mientras ambos se aproximan al Baño de la Cava, Felipe pregunta:

- Bruja, tu conjuro no ha hecho efecto.

Cortejaba desde hace ya tiempo, no correspondido, a Rebeca, la más bella judía en la ciudad. Ésta, hija de una respetada familia de los descendientes de Samuel Leví amaba claramente a Samuel, joven judío que procedía de ricas familias toledanas. En su desesperación ante el amor no correspondido Felipe acude a "la Diablesa" para poner remedio.

La Diablesa mira con odio al joven cristiano que duda de su buen hacer, respondiéndole:

- Al dar las doce en la torre de San Román rocié con cinco gotas de agua del Arroyo de la Degollada la hoja de higuera, aspiré tres veces espuma del Tajo y con el manto de esmeralda recé cara al oriente por el Marqués de Villena -patrón de los nigromantes-, una oración que aprendí en el viejo libro de los "Espíritus rojos". No fallé en el conjuro, la suerte está fijada.

Insite el joven Felipe:

- Si así ha sido, me acompañarás esta noche a la judería y observaremos juntos si el conjuro ha tenido su efecto.

Un gran relámpago cruzó la bóveda sobre Toledo acallando la conversación que levemente se escuchaba sobre el Baño de la Cava. La noche se hacía más oscura, y aquella mujer dijo:

- Marchémonos ahora, o los viejos espíritus que por estos parajes rondan se aproximarán a nosotros para conocer qué tramamos.

Así fue y partieron cada cual por su lado, mientras una fría lluvia mecía y arrancaba ricos perfumes de la vegetación que arropaba las orillas del Tajo.

El día siguiente, también con la noche como aliada, caminan Felipe y la bruja por las estrechas calles y cobertizos toledanos, camino de la Judería mayor toledana. Atraviesan las murallas internas de que en ocasiones protegen a ésta comunidad en la propia ciudad, y se aproximan lentamente a una de las mayores y mejores sinagogas presentes en suelo toledano, la ahora llamada de "Santa María la Blanca".



Cobertizo toledano-

Te aseguro que en la Sinagoga no encontrarás a tu rival. El conjuro ya ha hecho su efecto, y si así no ha sido antes de ocultarse la última estrella el judío morirá, decía la bruja mientras acariciaba una dura daga que oculta llevaba.

- ¿Te atreverías?

- De sobra conoces mi valor -dijo la bruja-. Nada impedirá que roben tu amor por Rebeca.

En el silencio de la fría noche se escuchaban los cantos salmódicos del interior de la sinagoga, y al dar éstos fin comenzaron a salir lentamente, todos los que en ella se reunían, partiendo hacia sus moradas. Pudieron distinguir claramente la esbelta silueta de la hermosa Rebeca, acompañada de sus familiares, pero no viendo al rival de Felipe, una sonrisa de satisfacción apareció en los labios secos de la bruja.

El conjuro había hecho su efecto y la bella judía pertenecería de por vida al hidalgo toledano don Felipe de Pantoja.

Esa misma noche encontraron cerca de donde finaliza el barrio judío, contraído el rostro y con los ojos abiertos por el terror el cuerpo de Samuel, pretendiente de Rebeca. Nadie pudo acalarar las causas de la muerte del joven, pues ninguna herida perforaba su cuerpo. El olvido pronto extendió su manto de sombra sobre esta extraña muerte y ésta vióse libre de tan inoportuno enamorado.

Sólo la "Diablesa" estaba en el secreto, y con ella, don Felipe de Pantoja.

La parroquia mozárabe de San Torcuato está vistosamente engalanada; la nobleza y el pueblo de Toledo congréganse bajo sus amplias bóvedas para contemplar el casamiento de la ya conversa Rebeca y el noble don Felipe.

La misma noche de la boda de éste, y en uno de los callejones más oscuros de Toledo, muy próximo a la catedral la "Diablesa" y don Felipe ajustan cuentas. La boda ha tenido un alto precio, la muerte de un joven, pero tan sólo interesa a la bruja las monedas de oro que le reportarán tan horrible conjuro. Presto al intercambio, y en el momento que las monedas tocan la mano de la "Diablesa", ésta mira intensamente al joven, sonríe y fuertes llamas azulblancas y verdosas consumen repentinamente el cuerpo de la bruja levantando en el estrecho callejón un fuerte viento acompañado de miles de susurros que impulsan a don Felipe contra el suelo, permaneciendo éste arrebujado esperando tener pronta muerte.

La "Diablesa" desaparece y con ella el escándalo terrorífico que ha dejado un intenso olor a azufre en todo el callejón, volviendo la más horrible de las calmas... Don Felipe, creyéndose ya muerto observa su aterrada cara en el reflejo de un charco de la calle, se incorpora y huye ráudo dejando atrás las monedas que rozaron la mano del mismísimo Satán. Desde entonces, y como recuerdo de tan peregrino suceso, dióse el nombre de "callejón del Infierno" al lugar donde acaeció tragedia tan extraña.

Al día siguiente, uno de los ciegos que mendigaban en la puerta del reloj de la catedral cantaba en el Zoco, y al compás de una destemplada mandonlina, el siguiente romance entre el espanto de las viejas beatas curiosas que lo escuchaban, haciéndose cruces y más cruces sobre sus frentes:

"Ayer murió la "Diablesa"
por el fuego consumida;
ayer murió la "Diablesa",
la de los ojos de oliva;
la "Diablesa", la "Diablesa",
del demonio poseída.

3. La voz del silencio.
Vagaba una tarde por las estrechas calles de la imperial ciudad con mi carpeta de dibujo debajo del brazo, cuando sentí que una voz como un inmenso suspiro pronunciaba a mi lado vagas y confusas palabras; me volví apresuradamente y cuál no sería mi asombro al encontrarme completamente solo en la estrecha calleja. Y, sin embargo, indudablemente una voz, una voz extraña, mezcal de lamento, voz de mujer sin duda, había sonado a pocos pasos de donde yo estaba.¿has sentido algo similar en una calle de Toledo?

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4. El fantasma del Castillo de San Servando
Viejos templarios que deambulan por las almenas del Castillo toledano, luces misteriosas, asesinatos, soldados aterrorizados, ruidos nocturnos... Esta leyenda contiene todos los tópicos que podrás ver en una moderna película de terror, pero en este caso ambientada en un conocido castillo de la Ciudad Imperial. Asustate.


Varios doblones incrementaban el peso de la escarcela del soldado Don Lorenzo de Cañada, tipo alto, moreno, de abundante melena ocultada en parte por un chambergo oscuro, ancho de alas y tocado con un cintillo de esmeralda y una gran pluma amaranto. Entre delgado y recio, de ojos vivos y penetrantes, paseó sus fanfarronerías por tierras de Italia y Flandes, encontrándose ahora en la toledana Zocodover mirando cómo ganapanes y cicateruelos hacían de las suyas intentando escurrir el bulto ante la autoridad que intentaba vigilar cuanto pasaba entre el numeroso gentío que pasaba por tan conocida plaza.

Llegada la hora de toque de queda, los grandes portones de murallas y puentes echaron sus cerrojos, no sin cuidado de dejar a algún vecino afuera, pues tan recias defensas no se levantaban hasta la próxima mañana.


San Servando


Ya avanzada la noche, los vigías del puente de Alcántara informaron de movimientos de antorchas en las almenas del Castillo de San Servando, escuchándose voces en el silencio de la noche. Pocos minutos después, los del castillo avisaron a la guardia del puente pidiendo auxilio y el capitán de estos que era Don Lorenzo de Cañada, mandó al sargento de guardia con diez de los que tenían fama de valientes para enterarse de lo allí acaecido.

A la vuelta del retén, y recibiendo informe de su sargento, partió de inmediato hacia la puerta de Doce Cantos, dándose a conocer a la guardia y accediendo al Alcázar, morada del Alcaide Don Ferrán Cid, que recibió al capitán a pesar de lo avanzado de la hora:

¿Decís que el muerto es?
El Alférez Valdivia.
¿Y cómo se explica el suceso?
No se sabe… Todo es tan raro.
¿Habéis comprobado las cuevas del Castillo?
Todo ha sido minuciosamente registrado por los soldados.
¿Qué heridas presenta el fallecido?
Una sola, y en el corazón.

Tras este breve interrogatorio, quedaron en decidir al día siguiente para investigar con más detenimiento el suceso.

El suceso de aquella noche en el castillo corrió de boca en boca por la ciudad. El Alcaide, tras interrogar a guardias del castillo y no obtener solución alguna a la muerte del Alférez, decidió doblar el número de guardianes. Nombró al joven Don Diego de Ayala como jefe de la guardia del Castillo, con gran renombre por su valentía.

Esa misma tarde el joven tomó el mando del castillo, doblando guardias. Transcurrieron las primeras horas de la noche sin ningún hecho que destacar, pero a eso de las doce, hora de aquelarres y pactos demoníacos, tuvo necesidad Don Diego de bajar al patio, haciéndolo por la escalera del torreón del este, pero cuando estaba a mitad de camino, la vela que portaba en la mano repentinamente se apagó, y sintiendo una fría mano que agarraba con fuerza su cuello, sintió como una dura hoja atravesaba su pecho, y exhalando un grito de dolor se desplomó inerte sobre las escaleras.

Una vez descubierto el cadáver, los soldados buscaron de nuevo por todo el castillo, cuevas, paraje cercano… De forma infructuosa. El terror iba en aumento entre todo hombre que habitaba el castillo.



Castillo de San Servando en el siglo XIX. Foto: Casiano Alguacil

Los días siguientes, reunidos de nuevo los capitanes en el Alcázar, decidieron abandonar la defensa del castillo y repartir la guardia por las murallas de la ciudad.

Durante días, el castillo de San Servando, oscuro, abandonado, era observado por cientos de ojos temerosos iluminados por antorchas desde las murallas que daban al Tajo.



Pasaron varias semanas y cuando se olvidaban las muertes acaecidas, un nuevo rumor vino a turbar la tranquilidad de la ciudad. Algunos guardias de la muralla afirmaban que una sombra aparecía en el torreón norte, todas las noches, asemejándose a un descomunal guerrero, cuya armadura lanzaba resplandores azules y verdosos.

Nadie se atrevía a pasar cerca del castillo, incluso por el día pocas gentes querían acercarse a las murallas que ocultaban tan terrible misterio. Todos ya conocían que un fantasma habitaba en el castillo de San Servando.

Pasó el tiempo y no eran pocos los que echaban en falta al capitán Don Lorenzo de Cañada. Ya no se le veía por Zocodover, y muchos pensaban que había huido de la ciudad por miedo a tener que cumplir el deber de entrar al castillo y enfrentarse al ser que habitaba en su interior.




Castillo de San Servando

¿Dónde estuvo esa semana que faltó a su acostumbrado paseo?

Nadie lo supo, más es cierto que una noche en la que el viento soplaba con intensidad y la lluvia caía sobre las piedras de la muralla, Don Lorenzo mandó abrir la puerta de Alcántara, y tomando una antorcha y su espada partió decido a enfrentarse al fantasma, buscando acabar de una vez por todas con el misterio que tenía a sus tropas amedrentadas.

Llegó a la puerta del oeste, que mira a la ciudad, encontrándola cerrada. Esperó largo rato en la puerta, dando al final dos golpes en la madera rudos y secos que resonaron en el interior del castillo con ecos misteriosos y funerales. En el mismo instante de finalizar el eco del segundo toque, la puerta se abrió sin que mano alguna ayudara a su movimiento.

Con su acero toledano desnudo y precediendo a su figura penetró en el castillo, llegando al patio, no sin antes hacer la señal de la Cruz, como correspondía a un Capitán de su majestad Don Felipe II el Prudente…



El fantasma del Castillo de San Servando no ha vuelto a verse en las almenas desde que Don Lorenzo entró sólo en el patio, capa al brazo y con hoja toledana abriendo camino. ¿Quién era el fantasma del Castillo? Sólo Don Lorenzo lo supo y nadie más consiguió extraerle esta información, a la que el capitán respondía con una leve sonrisa cuando algún pilluelo o soldado le interrogaba sobre tan maligna presencia.

Narra esta leyenda que desde entonces el fantasma desapareció merced al arrojo de nuestro héroe… ¿Pero en la actualidad alguien se ha interesado por lo que residentes y trabajadores del Castillo han sentido en numerosas ocasiones?

¿Quién será el nuevo Capitán que haga frente a la “presencia” que de nuevo algunos allí han visto para que descanse otros cientos de años más?

5. La ajorca de oro

Bécquer ilustró magistralmente la atmósfera opresiva y terrorífica que supondría quedar encerrado por la noche en la Catedral de Toledo para un joven que tan sólo pretendía ganarse los favores de su caprichosa dama:

Figuraos un mundo de piedra, inmenso como el espíritu de nuestra religión, sombrío como sus tradiciones, enigmático como sus parábolas, y todavía no tendréis una idea remota de ese eterno monumento del entusiasmo y de la fe de nuestros mayores, sobre el que los siglos han derramado a porfía el tesoro de sus creencias; de su inspiración y de sus artes.

Ella era hermosa, hermosa con esa hermosura que inspira el vértigo, hermosa con esa hermosura que no se parece en nada a la que soñamos en los ángeles y que, sin embargo, es sobrenatural; hermosura diabólica, que tal vez presta el demonio a algunos seres para hacerlos sus instrumentos en la tierra.

El la amaba; la amaba con ese amor que no conoce freno ni límite; la amaba con ese amor en que se busca un goce y sólo se encuentran martirios, amor que se asemeja a la felicidad y que, no obstante, diríase que lo infunde el Cielo para la expiación de una culpa.

Ella era caprichosa, caprichosa y extravagante, como todas las mujeres del mundo; él, supersticioso, supersticioso y valiente, como todos los hombres de su época. Ella se llamaba María Antúnez; él, Pedro Alonso de Orellana. Los dos eran toledanos, y los dos vivían en la misma ciudad que los vio nacer.

La tradición que refiere esta maravillosa historia acaecida hace muchos años, no dice nada más acerca de los personajes que fueron sus héroes.

Yo, en mi calidad de cronista verídico, no añadiré ni una sola palabra de mi cosecha para caracterizarlos; mejor.

El la encontró un día llorando, y la preguntó:

¿Por qué lloras?

Ella se enjugó los ojos, lo miró fijamente, arrojó un suspiro y volvió a llorar.

Pedro, entonces, acercándose a María le tomó una mano, apoyó el codo en el pretil árabe desde donde la hermosa miraba pasar la corriente del río y tornó a decirle:

¿Por qué lloras?

El Tajo se retorcía gimiendo al pie del mirador, entre las rocas sobre las que se asienta la ciudad imperial. El sol trasponía los montes vecinos; la niebla de la tarde flotaba como un velo de gasa azul, y sólo el monótono ruido del agua interrumpía el alto silencio.


Torre de la Catedral de Toledo

María exclamó:

No me preguntes por qué lloro, no me lo preguntes, pues ni yo sabré contestarte ni tú comprenderme. Hay deseos que se ahogan en nuestra alma de mujer, sin que los revele más que un suspiro; ideas locas que cruzan por nuestra imaginación, sin que ose formularlas el labio, fenómenos incomprensibles de nuestra naturaleza misteriosa, que el hombre no puede ni aun concebir. Te lo ruego, no me preguntes la causa de mi dolor; si te la revelase, acaso te arrancaría una carcajada.

Cuando estas palabras expiraron, ella tornó a inclinar la frente y él a reiterar sus preguntas.

La hermosa, rompiendo al fin su obstinado silencio dijo a su amante con voz sorda y entrecortada:

Tú lo quieres; es una locura que te hará reír; pero no importa; te lo diré, puesto que lo deseas. Ayer estuve en el templo. Se celebraba la fiesta de la Virgen, su imagen, colocada en el altar mayor sobre un escabel de oro, resplandecía como un ascua de fuego; las notas del órgano temblaban, dilatándose de eco en eco por el ámbito de la iglesia, y en el coro los sacerdotes entonaban el Salve, Regina. Yo rezaba, rezaba absorta en mis pensamientos religiosos, cuando maquinalmente levanté la cabeza y mi vista se dirigió al altar. No sé por qué mis ojos se fijaron, desde luego, en la imagen; digo mal; en la imagen, no; se fijaron en un objeto que, hasta entonces, no había visto, un objeto que, sin que pudiera explicármelo, llamaba sobre sí toda mi atención... No te rías...; aquel objeto era la ajorca de oro que tiene la Madre de Dios en uno de los brazos en que descansa su Divino Hijo... Yo aparté la vista y torné a rezar... ¡Imposible! Mis ojos se volvían involuntariamente al mismo punto. Las luces del altar, reflejándose en las mil facetas de sus diamantes, se reproducían de una manera prodigiosa.

Millones de chispas de luz rojas y azules, verdes y amarillas, volteaban alrededor de las piedras como un torbellino de átomos de fuego, como una vertiginosa ronda de esos espíritus de las llamas que fascinan con su brillo y su increíble inquietud... Salí del templo; vine a casa, pero vine con aquella idea fija en la imaginación. Me acosté para dormir; no pude... Pasó la noche, eterna con aquel pensamiento... Al amanecer se cerraron mis párpados, y, ¿lo creerás?, aún en el sueño veía cruzar, perderse y tornar de nuevo una mujer, una mujer morena y hermosa, que llevaba la joya de oro y pedrería; una mujer, sí, porque ya no era la Virgen que yo adoro y ante quien me humillo; era una mujer, otra mujer como yo, que me miraba y se reía mofándose de mí. ¿La ves? parecía decirme, mostrándome la joya. ¡Cómo brilla! Parece un círculo de estrellas arrancadas del cielo de una noche de verano. ¿La ves? Pues no es tuya, no lo será nunca, nunca... Tendrás acaso otras mejores, más ricas, si es posible; pero ésta, ésta, que resplandece de un modo tan fantástico, tan fascinador..., nunca, nunca. Desperté; pero con la misma idea fija aquí, entonces como ahora, semejante a un clavo ardiendo, diabólica, incontrastable, inspirada sin duda por el mismo Satanás... ¿Y qué?... Callas, callas y doblas la frente... ¿No te hace reír mi locura?

Pedro, con un movimiento convulsivo, oprimió el puño de su espada, levantó la cabeza, que, en efecto, había inclinado, y dijo con voz sorda:

-¿Qué Virgen tiene esa presea?

-La del Sagrario murmuró María.

-¡La del Sagrario! -repitió el joven con acento de terror-. ¡La del Sagrario de la Catedral! ...

Y en sus facciones se retrató un instante el estado de su alma, espantada de una idea.

-¡Ah! ¿Por qué no la posee otra Virgen? -prosiguió con acento enérgico y apasionado-. ¿Por qué no la tiene el arzobispo en su mitra, el rey en su corona o el diablo entre sus garras? Yo se la arrancaría para ti, aunque me costase la vida o la condenación. Pero a la Virgen del Sagrario, a nuestra Santa Patrona, yo..., yo, que he nacido en Toledo, ¡imposible, imposible!

-¡Nunca! -murmuró María con voz casi imperceptible-. ¡Nunca!

Y siguió llorando.

Pedro fijó una mirada estúpida en la corriente del río; en la corriente, que pasaba y pasaba sin cesar ante sus extraviados ojos, quebrándose al pie del mirador, entre las rocas sobre las que se asienta la ciudad imperial.

¡La Catedral de Toledo! Figuraos un bosque de gigantescas palmeras de granito que al entrelazar sus ramas forman una bóveda colosal y magnífica, bajo la que se guarece y vive, con la vida que le ha prestado, el genio, toda una creación de seres imaginarios y reales.

Figuraos un caos incomprensible de sombra y luz, en donde se mezclan y confunden con las tinieblas de las naves los rayos de colores de las ojivas donde lucha y se pierde con la oscuridad del santuario el fulgor de las lámparas.

Figuraos un mundo de piedra, inmenso como el espíritu de nuestra religión, sombrío como sus tradiciones, enigmático como sus parábolas, y todavía no tendréis una idea remota de ese eterno monumento del entusiasmo y de la fe de nuestros mayores, sobre el que los siglos han derramado a porfía el tesoro de sus creencias; de su inspiración y de sus artes.

En su seno viven el silencio, la majestad, la poesía del misticismo y un santo honor que defiende sus umbrales contra los pensamientos mundanos y las mezquinas pasiones de la tierra. La consunción material se alivia respirando el aire puro de las montañas; el ateísmo debe curarse respirando su atmósfera de fe.

Pero si grande, si imponente se presenta la catedral a nuestros ojos a cualquier hora que se penetra en su recinto misterioso y sagrado, nunca produce una impresión tan profunda como en los días en que despliega todas las galas de su pompa religiosa, en que sus tabernáculos se cubren de oro y pedrería; sus gradas, de alfombras, y sus pilares, de tapices.

Entonces cuando arden despidiendo un torrente de luz sus mil lámparas de plata; cuando flota en el aire una nube de incienso, y las voces del coro y la armonía de los órganos y las campanas de la torre estremecen el edificio desde sus cimientos más profundos hasta las más altas agujas que lo coronan, entonces es cuando se comprende, al sentirla, la tremenda majestad de Dios, que vive en él, y lo anima con su soplo, y lo llena con el reflejo de su omnipotencia.

El mismo día en que tuvo lugar la escena que acabamos de referir se celebraba en la catedral de Toledo el último de la magnífica octava de la Virgen.

La fiesta religiosa había traído a ella una multitud inmensa de fieles; pero ya ésta se había dispersado en todas direcciones, ya se habían apagado las luces de las capillas y del altar mayor, y las colosales puertas del templo habían rechinado sobre sus goznes para cerrarse detrás del último toledano, cuando de entre las sombras, y pálido, tan pálido como la estatua de la tumba en que se apoyó un instante mientras dominaba su emoción, se adelantó un hombre que vino deslizándose con el mayor sigilo hasta la verja del crucero. Allí, la claridad de una lámpara permitía distinguir sus facciones.




Ave María

Era Pedro.

¿Qué había pasado entre los dos amantes para que se arrestara, al fin, a poner por obra una idea que sólo al concebirla había erizado sus cabellos de horror? Nunca pudo saberse. Pero él estaba allí, y estaba allí para llevar a cabo su criminal propósito. En su mirada inquieta, en el temblor de sus rodillas, en el sudor que corría en anchas gotas por su frente, llevaba escrito su pensamiento.

La catedral estaba sola, completamente sola y sumergida en un silencio profundo. No obstante, de cuando en cuando se percibían como unos rumores confusos: chasquidos de madera tal vez, o murmullos del viento, o, ¿quién sabe?, acaso ilusión de la fantasía, que oye y ve y palpa en su exaltación lo que no existe; pero la verdad era que ya cerca, ya lejos, ora a sus espaldas, ora a su lado mismo, sonaban como sollozos que se comprimen, como roce de telas que se arrastran, como rumor de pasos que van y vienen sin cesar.

Pedro hizo un esfuerzo para seguir en su camino; llegó a la verja y siguió la primera grada de la capilla mayor. Alrededor de esta capilla están las tumbas de los reyes, cuyas imágenes de piedra, con la mano en la empuñadura de la espada, parecen velar noche y día por el santuario, a cuya sombra descansan por toda una eternidad. ¡Adelante!, murmuró en voz baja, y quiso andar y no pudo. Parecía que sus pies se habían clavado en el pavimento. Bajó los ojos, y sus cabellos se erizaron de horror; el suelo de la capilla lo formaban anchas y oscuras losas sepulcrales.

Por un momento creyó que una mano fría y descarnada lo sujetaba en aquel punto con una fuerza invencible. Las moribundas lámparas, que brillaban en el fondo de las naves como estrellas perdidas entre las sombras, oscilaron a su vista, y oscilaron las estatuas de los sepulcros y las imágenes del altar, y osciló el templo todo, con sus arcadas de granito y sus machones de sillería.

¡Adelante!, volvió a exclamar Pedro como fuera de sí, y se acercó al ara; y trepando por ella, subió hasta el escabel de la imagen. Todo alrededor suyo se revestía de formas quiméricas y horribles; todo era tinieblas o luz dudosa, más imponente aún que la oscuridad. Sólo la Reina de los cielos, suavemente iluminada por una lámpara de oro, parecía sonreír tranquila, bondadosa y serena en medio de tanto horror.

Sin embargo, aquella sonrisa muda e inmóvil que lo tranquilizara un instante concluyó por infundirle temor, un temor más extraño, más profundo que el que hasta entonces había sentido.

Tornó empero a dominarse, cerró los ojos para no verla, extendió la mano, con un movimiento convulsivo, y le arrancó la ajorca, la ajorca de oro, piadosa ofrenda de un santo arzobispo, la ajorca de oro cuyo valor equivalía a una fortuna.

Ya la presea estaba en su poder; sus dedos crispados la oprimían con una fuerza sobrenatural; sólo restaba huir, huir con ella; pero para esto era preciso abrir los ojos, y Pedro tenía miedo de ver, de ver la imagen, de ver los reyes de las sepulturas, los demonios de las cornisas, los endriagos de los capiteles, las fajas de sombras y los rayos de luz que, semejantes a blancos y gigantescos fantasmas, se movían lentamente en el fondo de las naves, pobladas de rumores temerosos y extraños.

Al fin abrió los ojos, tendió una mirada, y un grito agudo se escapó de sus labios. La catedral estaba llena de estatuas, estatuas que, vestidas con luengos y no vistos ropajes, habían descendido de sus huecos y ocupaban todo el ámbito de la iglesia y lo miraban con sus ojos sin pupila.

Santos, monjes, ángeles, demonios, guerreros, damas, pajes, cenobitas y villanos se rodeaban y confundían en las naves y en el altar. A sus pies oficiaban, en presencia de los reyes, de hinojos sobre sus tumbas, los arzobispos de mármol que él había visto otras veces inmóviles sobre sus lechos mortuorios, mientras que, arrastrándose por las losas, trepando por los machones, acurrucados en los doseles, suspendidos en las bóvedas ululaba, como los gusanos de un inmenso cadáver, todo un mundo de reptiles y alimañas de granito, quiméricos, deformes, horrorosos.

Ya no pudo resistir más. Las sienes le latieron con una violencia espantosa; una nube de sangre oscureció sus pupilas; arrojó un segundo grito, un grito desgarrador y sobrehumano, y cayó desvanecido sobre el ara.

Cuando al otro día los dependientes de la iglesia lo encontraron al pie del altar, tenía aún la ajorca de oro entre sus manos, y al verlos aproximarse exclamó con una estridente carcajada:-

-¡Suya, suya!

El infeliz estaba loco.

Gustavo Adolfo Bécquer



6. "El Reino de Satanás en la noche toledana". El Diablo y Toledo.


No es sólo una leyenda. Toledo oculta una relación "especial" con el Maligno. La ciudad que más Conventos, Iglesias y religiosos ha mantenido durante su dilatada historia también ha sido foco intenso de Nigromancia, de "Ciencias o Artes Toledanas" y de peculiares "enseñanzas" que la han hecho famosa en todo occidente. Accede a "El Diablo y Toledo"






Tradición de siglos es la que abraza la ciudad de Toledo con las artes nigrománticas y el Maligno. Fue en alguna ocasión cuando en la ciudad hubo más religiosos que habitantes; de aquella época numerosos edificios quedan, algunos, muchos (tal vez demasiados, por su lamentable deterioro) aún en uso y en continua decadencia, por la imposibilidad de mantener tanta propiedad. Es pues no menos que chocante en ciudad tan religiosa la intensa presencia de las artes y prácticas nigrománticas, así como del culto al Diablo.



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Callejón el Diablo

Foto del Callejón del Diablo en Flickr.com: Juan Luis Alonso

Numerosos son los vestigios de la influencia de Satán en la ciudad, incluso en algún nombre de sus estrechas calles, como es la “travesía del Diablo”, en el corazón de la ciudad, o el “callejón del Infierno” del que ya hemos hablado en esta Web con anterioridad.

También diversos topónimos hacen referencia la maligna presencia, como bien pudiera ser la “torre de los diablos”, hoy inexistente, situada por algunos investigadores en el Cerro del Bú. Muy diversas son las opiniones sobre los nombres de estos lugares. En ocasiones se acude a la Leyenda, y otras veces la Historia nos ofrece su versión.

En el caso de la travesía denominada “del Diablo”, es muy posible que, según indica Rodríguez Bausá en su obra “Toledo Insólito” este nombre fuese debido a la costumbre de ultrajar a aquellos vecinos acusados por el Santo Oficio. Los acusados no sólo perecían en pública vergüenza cuando eran quemados en el brasero toledano, sino que además su familia debía sufrir ultraje puesto que sus ropajes (el “sanbenito” en la jerga de la época) eran expuestos durante largo tiempo en la Parroquia del finado. Si se desconocía la procedencia del reo, se colgaban estos ropajes en la ventana de la casa en la que había residido, siendo posible que la denominación de esta calle se debiera a este hecho, ya que estos “sanbenitos” en ocasiones llevaban dibujados diablos o llamas.

Otros lugares hacen también referencia al maligno, como el “mesón del Diablo”, que aparece en el catastro de Ensenada de 1751 y numerosas son las leyendas que relacionan a Satán con los toledanos de siglos pasados. En casas encantadas y profundos sótanos o cuevas, con duendes, brujas y hechiceros, magos y nigromantes, y con duras intervenciones bien glosadas en documentos conservados de la Santa Inquisición, que no pocas veces terminaron en el denominado “fuego purificador”.

La influencia de estas narraciones y hechos se hizo notar también en las construcciones toledanas, incluyendo Iglesias y Catedral, donde numerosas formas conforman un rico bestiario iconográfico de piedra sobre el que en otra ocasión hablaremos en estas páginas. Capiteles, gárgolas, columnas, frisos… En casi cualquier rincón de los edificios presentes en Toledo podemos encontrar la presencia de figuras demoníacas, puestas allí, para a buen seguro prevenir a los visitantes y atemorizar, ya que bien pocos sabían leer, pero sí conocían la clásica figura que representa al maligno, proveniente de la tradición iconográfica románica que muy profusamente representó al Diablo como un ser deforme y amenazante.
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Travesía del Diablo, en el centro histórico de Toledo. Fotografía Álvaro García-Rojo Padilla, 2005. Ver su álbum personal en Flickr.

La presencia en Toledo de tres culturas también influyó en dotar a la ciudad de la intensa presencia demoníaca. Los árabes le denominan Aroth o Maroth, los hebreos Husa o Ázael, los cristianos Belcebú, Satán, Lucifer, Abbatón, Asmodeo, Trifón, Sabbataal… Y era frecuente que los cristianos achacaran la presencia del maligno a los habitantes judíos de Toledo, dado el desconocimiento que éstos tenían de las recogidas prácticas religiosas hebreas (y en no pocas ocasiones alimentados por el fanatismo de los religiosos católicos)


Callejón del Diablo

Foto en Flickr.com del Callejón del Diablo: Juan Luis Alonso

Como vemos es intensa la presencia del mal en la ciudad. Invitamos al visitante que dedique algún rato de sus paseos a descubrir dónde se esconde el maligno... A buen seguro lo encontrará donde menos lo espere.


Representación del Diablo en un convento toledano

"La Mansión del Diablo"


Para completar este artículo, nada mejor que una leyenda toledana, “La Mansión del Diablo”, en la que se nos narra cómo en el Barrio de San Miguel, cercano al Alcázar, y en noche de ánimas, bajo el lamento de los campanarios toledanos de media noche, en una negra casa situada en este barrio, con no poca tradición de “ocultista”, y enfrente de la parroquia de San Miguel, no muy lejos de la casa del Temple, “esa casa por las noches era del barrio el terror”, ya que en ella todos los vicios tenían ocasión: orgías, aquelarres, blasfemias, peleas, el juego y el robo, la usura y la estafa… “El Reino de Satanás en la noche toledana”. La casa estaba regentada por un judío y “un pendón”, él roído, ella vieja y el Diablo vivía con ellos dos…

En esta noche de muertos, casi amaneciendo finaliza la reunión macabra en la casa, y mientras todos van saliendo, repentinamente la casa arde en llamas, y pronto queda reducida a escombros, abrasando a la vieja y al judío, quedando enterrados con la maldad que en la casa habitaba.

“El vecindario despierto temblando de miedo mira aquel fuego tan violento, que el diablo sin duda atiza, y ve que en pocos instantes el caserón arruina, y cuando la aurora apunta, sólo es caliente ceniza. Así, la “Casa del Duende” que otros “del Diablo” decían, a fuego purificada después de su última orgía en una noche de ánimas, tocando a muerto, moría”.

* Extractos de la leyenda narrada en poesía por Jaime Tolomina Torner..
 

monacus

Mod
Staff member
Gracias Bezen me faltan las fotos pero ya las pondre ya que me esta costando crear el post
 

monacus

Mod
Staff member
Aqui os dejo algunas de las leyendas que mas gustan espero que las disfruteis (Y)(Y)(Y)
 

Ineditedlives

dSuperMod Becario
Staff member
Si no lo que no pase en bololandia :icon_heh: Gracias AlaTriste por estas pinceladas de cultura traducional (Y) Nos leemos :icon_wave:
 

Fairy

Experto
Si q t lo has currado monacus, todas esas leyendas muy impresionantes :O gracias por el post!!(Y)
 
¡Coño! Dentro de unos días tengo ir a San Lorenzo del Escorial y a Toledo. Pero me parece que voy a pasar de ir a Toledo, después de meterme tanto miedo en el cuerpo. ¡Estoy cagaaaadito de miedo!. :icon_drool::icon_drool:
Bromas a parte, un sensacional trabajo. ¡¡Felicidades!! mocacus. (Y)(Y)
 

monacus

Mod
Staff member
Muchas gracias por tu comentario pero que sepas que por aqui no metemos miedo jajajajaja y que si vienes te gustara mas que San Lorenzo del Escorial eso seguro
pero ven con zapatillas porque Toledo es de andar(Y)(Y)(Y)
 

axus2000

V.I.P.
Fantástico monacus el post que has creado, menudo curro. Me ha gustado mucho de verdad.
Voy a leerlo tranquilamente y seguro me lo guardo. Muy interesante, gracias.
Saludos
 

monacus

Mod
Staff member
Muchisimas gracias por pasarte y me alegro de que lo disfrutes (Y)(Y)(Y) saludos:icon_wave:
 
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