Bud Spencer, el cine sin trampa ni cartón

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Bud Spencer, el cine sin trampa ni cartón
JAIME DE LAS HERAS | 28/6/2016

Bud Spencer era de esos actores doblemente grandes. Primero, por talla, segundo, por la falta de arrogancia que le precedía. En aquel inmenso corpachón que encarnó el cine de mamporros como nadie junto a Terence Hill, al más puro estilo El Gordo y El Flaco, no había pretensiones ni egos desmedidos.

Eran otros tiempos, era otro cine. Mucho más sencillo y mucho menos pensado. En aquel cine no esperabas grandes tramas ni pasiones desbocadas. Era entretenimiento puro y ‘galletas’. Era cine de tres de la tarde siendo niños de 10 años, sabiendo que estaban por un lado las tortas de Terence y por el otro los mamporros de Bud Spencer.

Porque Bud Spencer no era un tipo violento. Duro sí, pero no violento. En sus lecciones de puño cerrado no había violencia innecesaria ni derramamientos de sangre. Era acción descafeinada y efectista que conseguía a partes iguales la risa y la acción.

No había ínfulas, ni en él ni en su cine. Un cine sincero y sin trampa ni cartón. Era cine setentero de consumo rápido y de salón de casa, de compartir un domingo toda la familia mientras veías aquellos spaghetti westerns que habían dejado atrás la seriedad de los tiempos de Leone.

No era la guerra de Bud, ni de su eterno socio Terence Hill, al que ahora deja en una situación de semiorfandad. Aquella pareja innegociable e insustituible que se tomaba en serio su profesión, la de cómicos dentro de la acción y que renunciaban a los estatus y a las petulancias propias del negocio.

Sabían que no habría Oscars para Le llamaron Trinidad. Sabían que nunca un festival de cine ‘serio’ les dedicaría entera una sección ni que serían los candidatos ideales a películas de arte y ensayo.

Pero eso les daba igual, y a nosotros nos gustaba como eran. Tipos sencillos, duros y divertidos, hijos de un cine de consumo sin arrogancias y sin pretensiones. Las mismas que durante años luego le vimos a Bud Spencer pasear por buena parte del mundo, incluyendo España. Un tipo tan grande que nunca se dio importancia a sí mismo y que en ese espíritu setentero del cine nos demostraba que no hay mayor premio que el de ser querido.

Y Bud lo era, incluso para todos aquellos que descubrimos con 8 o 10 años que el señor Spencer no era americano, sino que había nacido en Italia e incluso fue nadador olímpico. Eran otros tiempos y no había Wikipedia ni Internet que se dedicase a desmontar mitos ni a enjuiciar todo lo que teníamos delante.

Bud Spencer no tenía trampa ni cartón y eso le honraba y por eso le honramos y por eso, es grande, aún sin quererlo.

Fuente: Esquire.
 
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